A veces
resulta paradójico cuando un alumno, recién llegado a SÁLSALON
,pregunta en su inocencia: ¿ Pero cuánto tiempo me hace falta para poder
bailar bien?. Entonces uno intenta animarle, incentivarle, darle un poco de
empuje mientras le explica lo que es la disciplina del cuerpo, la constancia, la
afición.... Pero quizás
internamente uno se queda con la duda de si lo mejor no hubiera sido decirle que
esto es cosa de toda la vida, así, sin más. Y no es una exageración en
absoluto, ya que esta idea supone uno de los sólidos pilares de la carrera artística
de SILVIA SÁNCHEZ :lleva muchos años enseñando a bailar; pero sobre
todo lleva toda su vida “ aprendiendo”, y se esfuerza y desea que esto
continúe así por muchos años más.
SILVIA
vio la luz en Málaga hace aproximadamente 30 años, y luego siguió viéndola
durante mucho tiempo más, claro está, pero a eso de sus 8 abriles esa luz la
deslumbró con el fogonazo del baile. Y es obvio que en aquellos tiempos y por
aquellas latitudes esos compases vinieran de la mano del flamenco; así que a sus
14 ya estaba subida a las tablas marcando bulerías, tangos, malagueñas, formando
parte de varias Compañías.
Tal y como ocurren las cosas en la vida, “por azar o porque alguien allá
arriba se empeña”,lo cierto es que el Baile de Salón se le cruzó de
la mano de Toni Escartín que ocasionalmente impartía cursos esporádicos
en la capital malagueña. La cosa llegó a tal que a los 16 años Silvia
hacía ya en Málaga sus primeros pinitos como profesora de Bailes de Salón.
Mientras tanto seguía trabajando en las Compañías de Flamenco hasta que a los
19,una vez acabado el COU, teniendo que tomar una decisión importante, no se lo
pensó dos veces y se vino a Madrid ( bueno, lo cierto es que lo pensó ocho o
nueve veces, ya que el pescaíto frito de la costa es duro abandonarlo)
Los comienzos en Madrid fueron difíciles, pero no tanto como para llegar
al desconcierto. Había que dar una pauta firme a su formación como bailarina, así
que ingresó en la Escuela de Rafael de Córdoba para
obtener la Licenciatura en Clásico Español,. Mientras tanto no
cesaron sus contactos con el Baile de Salón: entró a formar parte de la
Compañía de Toni Escartín de la que todavía es integrante, trabajó durante 3 años como profesora de los Centros Culturales del Ayuntamiento de
Madrid y, sobre todo, no dejó de tomar cursos monográficos con todos
aquellos especialistas que se le cruzaban.
La enseñanza a nivel privado la ejercía aglutinando grupos de alumnos
que la seguían sabedores de sus dotes para transmitir sus habilidades; y entre
1993-1997,contó con la preciada ayuda en la gestión de clases del organizador
de todas aquellas cuestiones en Madrid durante esos años : Spiker.
Así llegamos a 1999 cuando, como ocurren las cosas en la vida, “por
azar o porque alguien allá arriba se empeña”,se cruzó en su mundo artístico
Yoel Palacios, un cubano “enseñante” de salsa y
“aprendiente”de todo aquello que despertara su curiosidad: ya eran la miel
cubana sobre la hojuela malagueña. Así que no se lo pensaron dos veces y
montaron SÁLSALON, (bueno, la verdad es que lo pensaron también ocho o
nueve veces, ya que las cuestiones empresariales tienen su miga).
Si
bien para Silvia, de pequeña, lo del baile fue un fogonazo, para Yoel
fue algo así como una suave luz tamizada por las playas caribeñas.
Allende
los mares, en las escuelas, en Cuba, hay una asignatura que se llama
Educación Artística. Se enseña a tocar un instrumento musical, a bailar, a
pintar, etc.
Yoel
participaba en los grupos de danza que representaban a la escuela en los certámenes
competitivos. Un
año decidió aprender a tocar guitarra en lugar de bailar. Pero los profesores
hacían una prueba
de aptitud previa antes de aceptar al alumno. Entró en el aula el pequeño
Yoelito, la profesora le pidió que cogiera la guitarra y él, ni corto ni
perezoso, se la colocó sobre las piernas, al revés. La profe lo miró de reojo
y sin titubeos le dijo: -¿Tú eres el que baila, verdad? Pues sigue bailando.
¡El siguiente! Primer trauma infantil.
Gracias
a ello entró ese año en el grupo folklórico de la escuela y descubrió los
recovecos amatorios de los orichas (santos africanos), sus leyendas,
movimientos, colores, funciones, bailes. En fin, todo el encanto de lo
afrocubano.
Pero sus miras estaban
puestas en la literatura y más aún en los idiomas. Dejó el baile como una
ventana abierta y centró sus energías en aprender ruso, inglés y francés. Y
así llegó hasta Moscú, donde vivió cuatro años dedicados casi
exclusivamente a la traducción y a la escritura. largo
invierno moscovita. Cuando se despertaba a mitad de la noche con la nostalgia de
la danza, encendía una vela ponía música en su equipillo de fabricación rusa
y bailaba hasta el amanecer con la silueta que se reflejaba en la pared.
Cayó en Madrid por
azar y las circunstancias le llevaron a ganarse el pan y algún choricillo con
las clases de baile. Enseño en Amor de Dios, en Don Ramón de la Cruz, en
Cafranxo, en Parche, en Móstoles, recaló en Círculo de Baile y terminó dándole
vida a Sálsalon con Silvia.
Actualmente
los idiomas los utiliza para hablar con los amigos que tiene desperdigados por
el mundo, para no tener que leer en los cines de versión original y para dar
clases de baile en ciudades como: Oslo, Moscú, Marsella, Belo Horizonte, y
otras.
Y hasta aquí la reseña. Quien quiera más detalles que se acerque a tomar clases en SÁLSALON o simplemente busque con la mirada en cualquier pista de baile.
© Sálsalon 2002